Cada 3 de diciembre celebramos el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, una fecha que no debería quedarse solo en el calendario, sino que nos recuerde lo importante que es seguir construyendo una sociedad más empática, accesible e inclusiva.

Soy Marta, monitora de educación especial, y hoy quiero escribir desde el corazón. Porque detrás de cada jornada, de cada juego, de cada pequeño logro, hay historias reales de niños y niñas maravillosos con los que he tenido la suerte de trabajar.


Cada niño me ha enseñado una forma distinta de mirar el mundo

He acompañado a niños con autismo, con TDAH, con síndrome de Down, con dificultades motóricas, con discapacidad intelectual o con trastornos del lenguaje.
Y aunque cada uno tiene sus propias necesidades, todos comparten algo en común: una luz única y una capacidad inmensa para enseñarnos a ver la vida sin filtros.

Recuerdo a Pablo, que aprendió a pedir “ayuda” con una mirada antes que con una palabra.
A Lucía, que con su energía infinita nos recordaba que la atención no se impone, se guía con cariño.
A Adrián, que descubrió el poder de la música como vía para comunicarse cuando las palabras no eran suficientes.
Y a tantos otros que cada día me demuestran que la educación especial no es solo mi profesión, sino mi propósito.


La inclusión no es un favor, es un derecho

El Día de la Discapacidad no debería servir solo para hablar de visibilidad, sino de acción y compromiso.
Porque incluir no es adaptar un espacio o permitir participar de vez en cuando, sino crear entornos donde todos puedan aprender, jugar y crecer con dignidad.

En los colegios, en los parques, en las familias y en la sociedad, la inclusión se construye cuando:

  • Escuchamos sin prejuicios.

  • Valoramos las capacidades antes que las limitaciones.

  • Ofrecemos apoyo sin sobreproteger.

  • Celebramos los logros, por pequeños que parezcan.


Lo que aprendí como monitora de educación especial

A lo largo de los años he comprendido que:

  • Cada avance cuenta. No importa el ritmo, importa la constancia.

  • El vínculo emocional lo cambia todo. La confianza abre puertas que los programas no pueden.

  • El trabajo en equipo entre familia, docentes y monitores es la base de todo progreso.

  • La inclusión real empieza con la empatía.

No existen niños difíciles. Existen niños que necesitan más comprensión, más estructura y más oportunidades.


Más allá del 3 de diciembre

El Día de la Discapacidad es una fecha para reflexionar, pero también para mirar hacia adelante.
Cada sonrisa, cada paso, cada logro de los niños con los que he trabajado me recuerda que la verdadera inclusión no se celebra un día: se construye cada día, con cada gesto.

Porque cuando un niño se siente capaz, todo cambia.
Y cuando una sociedad se compromete con la diversidad, crece en humanidad.


Conclusión: celebrar la diferencia es celebrar la vida

Ser monitora de educación especial me ha enseñado que no hay una única forma de aprender ni una única forma de ser feliz.
Hay mil caminos, y todos merecen ser recorridos con respeto, paciencia y amor.

Hoy, 3 de diciembre, quiero dar las gracias a todos los niños y familias que me han permitido formar parte de su camino.
Gracias por enseñarme cada día que la inclusión no es un sueño, es una realidad que se construye con amor, paso a paso.