6 de octubre: el valor de mirar más allá de la diferencia
Cada año, el 6 de octubre celebramos el Día de la Discapacidad, una fecha que para muchas personas puede pasar desapercibida, pero que para mí tiene un significado profundo. Soy Marta, monitora de educación especial, y para mí este día no es solo una conmemoración; es un recordatorio de todo lo que he aprendido de los niños y niñas con los que tengo el privilegio de trabajar.
A lo largo de los años he acompañado a alumnado con autismo, TDAH, síndrome de Down, discapacidad intelectual, dificultades motóricas y trastornos del lenguaje. Si algo me han enseñado es que la verdadera inclusión nace de la comprensión, la constancia y el cariño cotidiano.
Cada niño deja una huella diferente
Recuerdo a Pablo, que aprendió a comunicar sus emociones con la mirada mucho antes que con las palabras. Su forma de conectar me recordó que escuchar también es observar. Pienso en Lucía, con su energía inagotable; con ella comprendí que la atención no se exige, se conquista creando estructuras claras y afecto. Y en Adrián, que encontró en la música su propio lenguaje cuando las frases aún no llegaban. Cada nota era una afirmación de presencia.
Podría mencionar a muchos más: niños y niñas que me enseñaron a ver capacidades donde otros veían límites, a celebrar microavances y a sostener el proceso sin prisa pero sin pausa.
La discapacidad no define, enseña
Trabajar cada día con diferentes capacidades me cambió la mirada. La discapacidad no es una etiqueta; es una forma distinta de estar en el mundo. Propone retos y abre caminos. Cada palabra que surge, cada gesto compartido y cada paso logrado son fruto del esfuerzo del niño, del acompañamiento de su entorno y de la coordinación entre familia y escuela.
Este 6 de octubre no pienso solo en visibilizar, sino en reconocer el valor de la diversidad humana. No existen dos formas iguales de aprender ni dos maneras idénticas de sentir. Por eso la educación especial es, ante todo, humana: pone en el centro la singularidad de cada persona.
La inclusión no se dice, se construye
Hablar de inclusión es sencillo; construirla exige compromiso. Incluir no es permitir la presencia; es habilitar la participación con apoyos y adaptaciones razonables. Significa anticipar, ajustar, acompañar, y sobre todo, creer en las posibilidades del niño.
He visto cómo un grupo de compañeros pasaba de ignorar a un compañero a invitarlo a jugar después de una conversación donde explicamos que todos necesitamos sentirnos parte. La inclusión transforma tanto a quien la recibe como a quien la ofrece.
- Escuchar sin prejuicios.
- Valorar capacidades por encima de las limitaciones.
- Ofrecer apoyo sin sobreprotección.
- Celebrar cada logro, por pequeño que parezca.
Lo que me llevo cada día como monitora
Esta profesión me recuerda por qué elegí este camino. He aprendido que no hay niños difíciles; hay niños que necesitan más comprensión, más estructura y más oportunidades. La empatía y la paciencia pueden abrir puertas que una programación rígida no alcanza. Y el trabajo en equipo entre familia, docencia y monitores es la base de cualquier progreso sostenible.
Cuando un niño se siente capaz, todo cambia. Y cuando una comunidad se compromete con la diversidad, crece en humanidad.
Más allá del 6 de octubre
El Día de la Discapacidad es importante, pero la inclusión se practica los 365 días del año. Cada aula, cada parque y cada familia pueden ser un espacio de respeto y aceptación. Depende de todos enseñar a los niños, con y sin discapacidad, que la diferencia no separa; enriquece.
Hoy agradezco a todas las familias que confían en mí y, sobre todo, a los niños y niñas que me han permitido acompañarles en su crecimiento. Gracias por recordarme que no hay una única forma de aprender, pero sí una única manera de educar con sentido: desde el respeto, la evidencia y la ternura.
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